Siempre el mismo viaje, la misma lluvia
hacia la impostura tan común de los silvestres,
desandar el desamor.
Calzamos unas botas que pierden la memoria
y su compromiso con el único camino que conocen:
descarrilar y volver a pisar contracorriente,
retornar a las acequias y habitar navegando el tiempo
bajo un chaparrón que altera el aspecto de las cosas,
y sostienen una luciérnaga que cobije tanta soledad
gritando al borde del desagüe.
Botas que no saben pisar el mismo bosque
ni llevar destino alguno, ni acechar el aguacero
que nos cose las manos y los dientes
y nos duele tanto,
como cientos de alfileres en las suelas.
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