lunes, 3 de octubre de 2011

Nunca fuiste niña

Cuando te me acercas, entre hierba y semilla,
mi mano recoge aquello que se cae sin peso
sobre mis hombros, y de nuevo me recuerdas,
que nunca fuiste niña.

Porque aprendiste a domar a los dragones
al tiempo que el amanecer dejó de recibirte
con otro nuevo cuento de bienvenida.

Nunca fuiste niña
porque no supieron eclosionar
tus abrazos en mariposas,
ni empañaste con cercos de chocolate
las inmaculadas mejillas de silicona
al resto de hembras de tu camada.

El destino no te hizo bailarina, ni enfermera,
te hicieron feligresa de pequeños dioses cautivos.
Plusmarquistas en sus acristaladas celdas
de algún piso treinta y seis, sala tercera,
luciendo jubilosa, el laurel en sus cabezas
si proclaman la ejecución de nuevos reos.

Descubriste en las miradas de los adultos
sus profundos lagos de cobalto
y olvidaste dar el tributo a las aceras
corriendo detrás de una muñeca.

Te enseñaron que los dientes del diablo
crecen en los valles con abscisas
y supiste evitar su mordedura
disfrazada de billete de ida y vuelta.

Solo te besaron con los aranceles
de una orquesta hueca y sin corcheas
guardada en alguna caja de zapatos.

Y solo te acunaron
los perfectos epitafios de tus libros
destronados cada Junio, al salir del internado.