El resto de las urbes
me parecen ahora bosques podridos;
cobijo de elegantes larvas
que sueñan con gotas de rocío,
en sus atestados enjambres
de diamantes ahumados.
Pero tú,
aun seguirás brillando
después de mis funerales.
Cambiaste la modestia por pinceles
y dibujas tus fachadas con mariposas.
Tu piel si que luce
-tatuada-
con sus coloridos cascotes
y trovadores de sones.
A tus hijos,
el azar no les naufraga
en insípidos callejones
de grises luminarias.
Son los últimos caínes
que se quedaron sin dios
para librarse del resto de mendigos
y seguirán siendo bellos y altivos
con la faz quebrada.
Retrato tu grandeza
y mientras tomo tu mano
siento sangrar tu aliento,
-y sigues posando vanidosa-
sin desfigurar la sonrisa.
Amo tus cálidas estaciones
que olvidan el brutal estigma
que te concedió la historia.
Se estrechan los ríos
en cuencas de pedregales
y no sé de bocas,
que se mueran de frío
en este laberinto.
No pueden ofenderte,
los que maquillan las ruinas,
-de los que ayunan y sueñan-
ni las manos con racimos
de ayuda tan inservible.
Amparas a los exilados
que enzarzan margaritas
en sandalias de pies morenos,
a los que no gastan relojes ni premura,
y a aquellos que regalan el tiempo
mientras se hospedan en tus brazos.
Ilustración: "La Habana Vieja". Óleo sobre lienzo de Tomás Castaño
me parecen ahora bosques podridos;
cobijo de elegantes larvas
que sueñan con gotas de rocío,
en sus atestados enjambres
de diamantes ahumados.
Pero tú,
aun seguirás brillando
después de mis funerales.
Cambiaste la modestia por pinceles
y dibujas tus fachadas con mariposas.
Tu piel si que luce
-tatuada-
con sus coloridos cascotes
y trovadores de sones.
A tus hijos,
el azar no les naufraga
en insípidos callejones
de grises luminarias.
Son los últimos caínes
que se quedaron sin dios
para librarse del resto de mendigos
y seguirán siendo bellos y altivos
con la faz quebrada.
Retrato tu grandeza
y mientras tomo tu mano
siento sangrar tu aliento,
-y sigues posando vanidosa-
sin desfigurar la sonrisa.
Amo tus cálidas estaciones
que olvidan el brutal estigma
que te concedió la historia.
Se estrechan los ríos
en cuencas de pedregales
y no sé de bocas,
que se mueran de frío
en este laberinto.
No pueden ofenderte,
los que maquillan las ruinas,
-de los que ayunan y sueñan-
ni las manos con racimos
de ayuda tan inservible.
Amparas a los exilados
que enzarzan margaritas
en sandalias de pies morenos,
a los que no gastan relojes ni premura,
y a aquellos que regalan el tiempo
mientras se hospedan en tus brazos.
Ilustración: "La Habana Vieja". Óleo sobre lienzo de Tomás Castaño