que todo empieza, cuando acaricia una cintura
en el vaho del cristal, con la punta del silencio.
Cuando escucha un gemido que no es suyo
el último día gris, que guarda en el armario.
Cuando cumple con el amor para endurecer su alma,
como un soldado que goza matando sombras
y llora al pensar que puede morir sin su armadura.
Cree que empieza cuando nace un muerto
y al fin, la penitente carcajada
tras el trueno en los muelles de su cama
y el hambre de su boca en los pliegues de una colcha,
sin mancha de carmines ni cabellos.
Que solo amanece, cuando respira el olor
de la tierra preñada por su volátil esperma
y ha de regresar sin los riesgos del infarto
avivando pulsaciones en la savia yerma.
El no sabe que todo acaba… si,
por seguir vivo, sin la intuición, la intención,
de que el amor exista fuera del abrigo de su mano,
y no conozca, ese invisible fantasma
con hábitos de sacristía y alzacuellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario