sábado, 12 de marzo de 2011
Nos queda el eco
El reencuentro,
en el inicio de latidos,
nos tejió en las manos
una trenza de calores conocidos
y un tímido sonrojo en la mirada.
Nos pusimos a buscar,
entre las millones de estrellas del firmamento,
aquellas que se posaron a nadar en el lago,
pero las que amamos tan azules,
no estaban ya,
se habían ahogado.
Supimos también,
que las líneas rugosas de las bocas
no eran las curvas manzanas
de dulces sabores aun recordados.
Que todo el firmamento no era verde,
que no tenía el color de nuestros labios.
Supimos de arrugas,
de melenas con colores desgastados,
y de otros rostros,
ya muertos o vivos,
descolgados en nuestras paredes,
o ni siquiera reconocidos.
Pero al fín
también ocurrió,
de nuestras bocas volaron cadencias
rojas, verdes, azules y amarillas
y bailaron jóvenes y eternas
en las cortinas de los cuerpos.
El vestigio de un compás
y los cientos de sonidos,
con los que ayer nos amamos.
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