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Los collares de luces no abrigan a esas sombras
que deambulan libres de un calor que ya no buscan.
Hileras de destellos de neones tan fríos y ladrones,
y con formas desiguales que no esperan ya reclamos
ni acogidas a los pocos que quedamos ahogando olvidos;
y menos aún, a mi anónima presencia que navega
entre sombras negras y rojas y blancas y mendigas,
que se hermanan o hermetizan de mi vista solo fiel,
a la luna, blanca luz, tan distinta y solitaria,
que fué amiga del abrazo del poeta en sus alturas.
Pienso en el resto de sombras, las que quedan
cautivas y ciegas a avenidas con brillos falsos,
que por no ver, no se miran ni a si mismas...
Miles de sombras presas, que nunca me recordarán,
paseando por Madrid, ni cantando versos a su luna.
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