lunes, 8 de abril de 2013

Tu angel caido


Nunca olvido:
Le conocí siendo carnaza en un anzuelo,
tan inocente en su reclamo a lo cercano.
Resignado corazón atrapado en una fauce
y buscando en la rendija de colmillos,
las líneas hermanas de azabache,
los límites de tu brazo y de mi cuerpo.

Me has convocado para ser cirujano
y vaciar mi boca en sus espejos,
para coserle de nuevo y devolverle
a la batalla inventada por los dioses
para ostentar siempre la victoria
sobre sus hijos más bellos.

Se desvaneció cuando bebía en los desvanes
con los codos afirmados a una cama,
intentado pegar suspiros en un álbum
repleto de anónimos semblantes.

Me has convocado para ser el testigo,
después de afinarle las tripas
a todos los relojes,
para dar fé de las heridas
de los despojos de diamantes.
Relucientes restos
que nunca tallaron las manos artesanas.

Y ahora que está dormido,
mientras le acuno entre los dedos,
no deja de admirarme, la infinita belleza
de tu ángel caído.

El todo, siempre


Invisible en tu pared de rosas:
Un camaleón inerte y camuflado
por las yardas de tu escote.

Lo inobservado en tu camino:
El cuerpo clandestino
temeroso y oculto tras su sombra.

Lo que duerme entre tus polos:
el Norteño y Sureño de tu ombligo,
la floresta que no siembras.

Soy el remate en la palabra:
El silencio entre dos tildes,
desde una aguda hasta otra llana.

La espalda vencida a tu sandalia:
El vasallo de tus gestos
que se abrocha en tu alianza.

Un reloj sin tiempo:
Los minutos, los días
los segundos que te esperan.

Y lo que Debo Ser:
EL envío que anhela tu valija,
ese TODO que aún no llega.

Y yo sólo concibo,
que eres tú hacia donde voy,
ayer, ahora y SIEMPRE

Tu boca

Es el aquelarre esculpido a fuego
en la comisura donde duerme mi torpeza.
Es la mitad de la barca en la que vivo,
por debajo de la luna y al roce de tu lecho.
Es un océano de granadas y de uvas,
que hunde mi timón para pensarte a voces.

Nada navega, sin peinarse de domingo en su belleza,
sin un dibujo del perfil de tu boca en su llanura,
ni esos claveles que no suelen dejar que los atrope.

Todo tiene un origen y una lágrima,
en tu boca,
creciendo entre corales, en la escuela de los besos
y antes de estrellarme, en su colina de rosales
se me corona para lanzarme un guiño de locura.

Amo de ti, esa pena que me empapa
y cuando me pide un verso de abrigo tu mirada.
Mi universo de palabras es sólo la voz de tu sonrisa.

Amo de ti lo ausente y lo que me agarra con apremio,
con la huida de Dios, de aquel que desea lo que mira.
Amo ese lunar tan escondido, tímido como el rubor
de un beso robado y tan sumiso de su instante.

Amo la verdad de tus pasos, de tu vuelo y de tus olas.
Amo tu rugido de amapolas, con la esencia de lo cierto,
que me naufraga al fin, entre sus dos dunas de arenas rojas.