jueves, 27 de octubre de 2011

Habana Vieja


El resto de las urbes
me parecen ahora bosques podridos;
cobijo de elegantes larvas
que sueñan con gotas de rocío,
en sus atestados enjambres
de diamantes ahumados.

Pero tú,
aun seguirás brillando
después de mis funerales.
Cambiaste la modestia por pinceles
y dibujas tus fachadas con mariposas.

Tu piel si que luce
-tatuada-
con sus coloridos cascotes
y trovadores de sones.

A tus hijos,
el azar no les naufraga
en insípidos callejones
de grises luminarias.

Son los últimos caínes
que se quedaron sin dios
para librarse del resto de mendigos
y seguirán siendo bellos y altivos
con la faz quebrada.

Retrato tu grandeza
y mientras tomo tu mano
siento sangrar tu aliento,
-y sigues posando vanidosa-
sin desfigurar la sonrisa.
Amo tus cálidas estaciones
que olvidan el brutal estigma
que te concedió la historia.

Se estrechan los ríos
en cuencas de pedregales
y no sé de bocas,
que se mueran de frío
en este laberinto.

No pueden ofenderte,
los que maquillan las ruinas,
-de los que ayunan y sueñan-
ni las manos con racimos
de ayuda tan inservible.

Amparas a los exilados
que enzarzan margaritas
en sandalias de pies morenos,
a los que no gastan relojes ni premura,
y a aquellos que regalan el tiempo
mientras se hospedan en tus brazos.






Ilustración: "La Habana Vieja". Óleo sobre lienzo de Tomás Castaño

miércoles, 19 de octubre de 2011

Lobo urbano

Aún queda pasar esta noche,
sobrevivir al filo de su espada,
en la ciudad que se retuerce
cubierta por una capa negra
de lentejuelas.
Será esta, la última
que me disfrazo de lobo,
de ir calado hasta los huesos
con las lagrimas azules de la luna.
Y será el concluyente festin
de las voraces rapaces.
Los buitres dejarán de hacer graneros
en mi pecho,
vivirán del recuerdo de mi entraña
húmeda y jugosa,
bajo pulmones opacos de obsidiana.

Todos los balcones
saciarán sus flores con mi esperma.
Beberé las estrellas y los planetas,
barra libre de locos y de poetas.

Mañana no recordaré
si mis lamentos fueron a refugiarse
a la jaula más oscura de tus senos,
o se ahogaron con un lazo,
o se hicieron arco iris,
con el desteñido envoltorio de algún regalo
que me dejé olvidado en un banco.

Mañana,
en cualquier ciudad que habites,
buscaré las esquinas donde vacías el alma
para restregar mi piel y perfumarme
con tu esencia de lo humano,
y volveré a perderte los regalos
si me descuido cazando
con mi jauría de versos
a tus gentiles palomas.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Sueños y raices

Es solo polvo,
no sabe de preocupaciones
este cuerpo sin alas
y aunque a mis sueños
no les guste escarbar por sus arrugas,
debo recordarles que las grandes mentiras
suelen morir jóvenes, sobre papeles mojados,
se abrazan detrás de alguna esquina
para intentar perdurar a la memoria.

Y aunque mis horas ya no se vistan
con los meses de mayo;
al igual que aquellas raices
-sin manuales de siembra -
que tu me injertaste en la despedida,
mis sueños,
son expresiones vivas de lo vivo,
tímidas confesiones , entre ecuaciones
y matemáticas que florecen despacio,
y nos dejan una pequeña cepa,
quizás algo mayor que tu sonrisa,
sobre la palma de lo eterno.

lunes, 3 de octubre de 2011

Nunca fuiste niña

Cuando te me acercas, entre hierba y semilla,
mi mano recoge aquello que se cae sin peso
sobre mis hombros, y de nuevo me recuerdas,
que nunca fuiste niña.

Porque aprendiste a domar a los dragones
al tiempo que el amanecer dejó de recibirte
con otro nuevo cuento de bienvenida.

Nunca fuiste niña
porque no supieron eclosionar
tus abrazos en mariposas,
ni empañaste con cercos de chocolate
las inmaculadas mejillas de silicona
al resto de hembras de tu camada.

El destino no te hizo bailarina, ni enfermera,
te hicieron feligresa de pequeños dioses cautivos.
Plusmarquistas en sus acristaladas celdas
de algún piso treinta y seis, sala tercera,
luciendo jubilosa, el laurel en sus cabezas
si proclaman la ejecución de nuevos reos.

Descubriste en las miradas de los adultos
sus profundos lagos de cobalto
y olvidaste dar el tributo a las aceras
corriendo detrás de una muñeca.

Te enseñaron que los dientes del diablo
crecen en los valles con abscisas
y supiste evitar su mordedura
disfrazada de billete de ida y vuelta.

Solo te besaron con los aranceles
de una orquesta hueca y sin corcheas
guardada en alguna caja de zapatos.

Y solo te acunaron
los perfectos epitafios de tus libros
destronados cada Junio, al salir del internado.