miércoles, 31 de agosto de 2011

De los milagros sencillos

No quisiera
que me entendieras mal,
no te hablo de desganas ni de faltas.
Te amé, y aún después,
se que quedarás con mi mano
cosida al extremo de un relámpago.

Pero mi voz,
atleta corista
del espejo donde respiras,
no busca atesorar tu cuerpo
con hambruna,
ni que escuches a gritos
cada vuelo de unicornio.

Me bastó siempre
tu poema,
apoyado en mi almohada
de soldado.
El único mío.

Debes saber,
que has abandonado los misterios
y sin saber de mí, insistes
en venderme al peso
tus jirones y riquezas.

Yo nunca lanzaré una red
que capture a todas las estrellas
y exhiba en su barriga
las lóbregas y bellas.

Nunca
te pediré ser la mar bajo mis ojos,
ni ser tu marinero.

Nunca
envolveré tus vísceras con papeles de estraza,
ni seré tu carnicero.

Devuelve el sencillo milagro
al señero trovador
y dile a tu beso,
irreprochablemente extenso,
que se cobije en la arena de su boca
como si fuera el único de todos.
El único mío.