viernes, 1 de julio de 2011

Prisiones

Me cubro con las extremas sombras
que se alargan por la sala,
y la rayada luz que se acampa
entre mis pies y mi ventana.

Contemplo el cadalso
y su teñido en rojo;
la cascada de esparto
que se burla allí afuera
danzando con la brisa.

Y la prisa galopando
mientras se columpia
una mirada apática
por sus doce espadas.

Alguien me lanza una llave
y suplica que me escape,
pero no me regala un camino,
ni un jardín que lo acompañe
ni un perro que me ladre
ni la mano que sustente mi hombro,
y a ti,
te aparte al olvido.

Me quedo en esta hiedra
y espero hasta el mediodía
para entregarme dócil al deseo
de engañar a los demonios
que te esconden en mi cráneo.

Todo era murmullo antes,
después ya tumbado
en un rojo clavel de lino,
tengo la voz con dos puertas
y se escapa a la pregunta:
¿Estará ella aún despierta?

Intenté ser libre
pero sigo aquí enjaulado
mientras se ate y respire,
con el pulmón y los lazos
de mi mortaja de espinos.

Y ahora, aquel murmullo,
es ya un torrente de ruidos.